sábado, junio 06, 2015

2015 - Día 157: César Arizmendi, el fotógrafo de la época de oro

Es uno de los pocos fotógrafos que mantienen la técnica tradicional, pero ¿cuánto tiempo le queda a un oficio amenazado por la imagen digital?

Entre laberintos de libros y antiguas cámaras fotográficas, la calle de Donceles aloja el estudio Foto César. La historia en el oficio de la fotografía tradicional de César Arizmendi Guevara, propietario del lugar, data de hace más de 50 años.

Tras subir más de 40 escalones y recorrer un largo pasillo de paredes blancas en el segundo piso del edificio Plancarte y Labastida, don César nos recibe con semblante fresco en el pequeño local decorado cuidadosamente con más de 60 fotografías —todas capturadas por él— que cuelgan en las paredes.

“Ésta es una de mis favoritas”, dice don César, al tiempo que descuelga un cuadro de madera con fecha del domingo 16 de enero de 1994. “Fotografié a (Luis Donaldo) Colosio esa mañana mientras saludaba a los vecinos en la calle del Carmen”, hace una pausa y continúa: “Nadie se hubiera imaginado lo que ocurriría dos meses después.”

Por más de cinco décadas, don César ha fotografiado a diversas personalidades de la vida pública y política, deportistas, actores y, por supuesto, a sus siete hijos.

Hoy, a sus 70 años, don César sabe que el momento de la fotografía tradicional “ya pasó”, pues además de enfrentarse al desplazamiento generado por la imagen digital y la dura competencia de los fotógrafos escolares, su vista se ha deteriorado, lo que le ha impedido continuar con una de sus mayores pasiones: retocar fotografías a mano.

Foto César es uno de los pocos locales establecidos en la calle —que fue inspiración para la novela Aura, del escritor Carlos Fuentes— que aún trata de preservar el oficio de la fotografía análoga, antes de extinguirse y ser olvidado, como las imágenes que conserva en aquel cajón de recuerdos en su cuarto oscuro.

El aprendiz de fotógrafo


En abril de 1961, César, de 16 años, dejó a su madre y a sus seis hermanos menores, así como las pocas pertenencias que poseía en Tehuitzingo, Puebla, su ciudad natal, para probar “un poco de suerte” en la Ciudad de México en compañía de su padre, Julio Santiago Arizmendi.

Al poco tiempo de instalarse en la metrópoli, consiguió un trabajo como aprendiz de fotógrafo en un local en la avenida San Juan de Letrán, hoy Eje Central Lázaro Cárdenas, gracias al anuncio de un periódico.

Durante cinco años, Cecilio Santos Lazcano, su primer maestro, le enseñó el oficio. Los primeros dos años, el aspirante a fotógrafo aprendió las técnicas básicas de la fotografía; sin embargo, los 40 pesos que recibía a la semana eran insuficientes, incluso, en ocasiones para comprar comida.

“Sufrí mucho para aprender el oficio, pues cuando llegué de la provincia no sabía nada. El señor Cecilio me decía: ‘César, váyase a comer’, pero, ¿con qué? No tenía dinero. Me salía a dar la vuelta a la manzana y regresaba igual”, recuerda don César.

En los últimos tres años, el joven aprendiz se instruyó en el retoque fotográfico a mano y su salario aumentó a 50 pesos diarios. “Cuando aprendí a retocar ya podía ir al restaurante de enfrente.”

El siguiente paso en el camino del joven César fue en el estudio fotográfico New York, en la calle de Justo Sierra. Ahí perfeccionó sus habilidades durante cinco años más al lado de Hernán Cortés.

A los 26 años, con una vasta experiencia tomó una decisión: convertirse en dueño de su propio local. Con una inversión de 16,000 pesos, conseguida gracias a un tío que vivía en Estados Unidos, compró su primera cámara, películas fotográficas, lámparas, cortadoras y adquirió un espacio en la calle de Seminario (o La Moneda), donde permaneció 20 años hasta que compraron el edificio.

“En ese tiempo le sufrí mucho moralmente. Mis hijos estaban pequeños y no tenía cómo mantenerlos”, agrega don César.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que encontrara otro lugar en la calle de Madero esquina con Bolívar, donde permaneció 14 años más. En la década de los noventa, don César ya había logrado formar una cartera de clientes bastante sólida como para mantenerse él y a su familia.

En 2005 se mudó a Madero 66, lugar que fue su estudio hasta que el administrador del inmueble vendió la propiedad, y una vez más tuvo que mudarse. De 2011 a 2015 ocupó un estudio en Madero 67; sin embargo, la escasez de trabajo y una renta que ya no podía cubrir hicieron que analizara sus posibilidades, y en abril de este año se cambió con su hijo Uriel al espacio que ahora ocupan.

Aunque hace poco más de un mes que don César llegó al segundo piso de Donceles 74, las experiencias que ha acumulado durante estos años —asegura— “no caben en las cámaras, sólo en la memoria”. Sin embargo, explica, durante la época dorada de su oficio llegó a fotografiar hasta 20 clientes al día.

A las puertas de su negocio se daban cita principalmente estudiantes, profesionistas y, cuando trabajaba en la calle de Seminario, trabajadores de Palacio Nacional y de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Entre las figuras destacadas del ámbito político que han posado para la cámara de don César están Genaro Góngora Pimentel, Alejandro Encinas, Martí Batres y Manuel Jiménez Guzmán.

Otras de las personalidades que fotografió en estos más de 50 años son Ana Gabriela Guevara, los cantantes Luis Aguilar y Cornelio Reina, así como el actor Alejandro Camacho, entre otros.

Los hijos de Francisco Villa, José Trinidad e Hipólito, fueron dos personajes con los que tuvo una relación estrecha hasta su muerte.

Mantener viva la tradición

A pesar de que la tecnología en los últimos años lo ha desplazado debido a que los clientes prefieren acudir a un estudio fotográfico en donde se utilizan técnicas digitales, don César dice que su hijo Uriel le ha ayudado a adaptar el negocio a las nuevas tendencias y confía en que él se convierta en su heredero, no sólo del local, sino también del oficio.

“Uriel es mi mano derecha. Tenemos que ser fuertes y echarle ganas con lo poco que va cayendo. Al rato que yo falle, a ver si quiere continuar”, sonríe mientras mira a su hijo, quien corta unas fotografías al fondo del estudio y asiente con la cabeza.

La fotografía digital no ha sido el único obstáculo para el negocio de don César, también los fotógrafos escolares y ambulantes, quienes ofrecen precios al mayoreo en las escuelas —comenta—, lo que les brinda una ventaja.

“Está muy competido esto. Los fotógrafos se van a la escuela. Le dan su descuento a los maestros por mayoreo y les conviene, aunque la fotografía no es de la misma calidad que como con ésta bonita”, afirma mientras toca la orilla de su cámara de madera.

En la actualidad, el maestro fotógrafo recibe de tres a cuatro clientes por día y ofrece sus servicios de lunes a sábado por costos que van desde 60 hasta 500 pesos por trabajos más especializados.

Al cuestionarle sobre si ha pensado dedicarse a otra cosa, ríe y comenta: “Para mí esto ha sido toda mi vida y será lo último. Le echaré ganas hasta el final. Me voy a retirar de aquí hasta que Dios me quite.”

El fotógrafo sabe que su estado de salud se ha deteriorado, en especial su vista, pero afirma que mientras pueda mantenerse de pie luchará para que el oficio no se extinga, aunque en la actualidad, de cada 10 clientes que lo visitan, sólo uno le pide un trabajo tradicional.

“Lo que más me gusta es retratar y atender a mis clientes. Hay que cuidarlos, ya que son pocos y hay que darles un buen servicio”, bromea.

Don César debe atender a un cliente que recién llega al pequeño local. Se levanta de su asiento, y antes de despedirse del Staff de Forbes México, comparte una última lección:

“Ojalá que no se acabe esto de lo tradicional, porque si yo tuviera un poco más de tiempo de vida, le echaría más ganas. Es difícil, no sé qué venga más adelante, pero me da gusto que mis clientes me sigan visitando. Tengo que confesar que soy pobre, pero feliz.”

Crédito: Nayeli Meza
Giro: Fotografía
Ubicación: Cd de México
Fotografía: Julio Hernández

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