2 de enero del 2011
Cuando nació su primer hijo, Faustina García pidió en la empresa donde trabajaba una reducción de la jornada, para poder dedicarle más tiempo a su nuevo rol de madre. En la empresa se lo negaron, y ese fue el inicio de la historia de Faustina García empresaria y de su compañía de adhesivos.
“Renuncié y me cuestioné si valdría la pena buscar trabajo en otra compañía, y me respondí que no. Tampoco iba a tener el manejo de mi tiempo”, recuerda Faustina. Pero como no quería quedarse sin hacer nada, buscó aprovechar los conocimientos y los contactos de la fábrica de adhesivos en donde trabajaba, para abrirse su propio camino en la fabricación de ese elemento para la construcción, un rubro poco habitual para las mujeres.
De entrada fijó su estrategia: iba a intentar venderle a las pequeñas tiendas, esas a donde las grandes marcas ni llegan, atraídas por los hipermercados o las grandes casas de la construcción. Y así fue como con 5 mil dólares juntados con la ayuda de su marido, logró la primera producción y se mandó a vender por los pueblos alejados de las luces principales.
Los resultados fueron los mejores en todo sentido. No sólo que lograba colocar muy bien su producto en estas pequeñas tiendas, sino que además se encontraba con un trato más directo y cordial, que no podía haber encontrado en grandes clientes. “Los pequeños comerciantes tienen mayor liquidez y suelen cumplir más con los pagos. Eso muchas veces no pasa con las empresas más grandes”, cuenta Faustina, quien supo apuntar bien sus escasas balas de entrada.
Fuente: El Economista
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