Simón Hamparzumian había heredado de su familia una tienda de zapatos, que la hizo crecer y crecer hasta llegar a tener 19 sucursales en su país y ventas de 60 pares de zapatos al año. Una feroz crisis económica en 1987, le hizo perder todo de golpe. “Tuve que vender mi casa para pagar mis deudas y le di el dinero restante a mi esposa e hijos para que terminaran la escuela. Vendí todas mis posesiones de valor y por dos años viví al día”, admite. Había tocado fondo y tenía que levantarse.
Dos años después, ya con todas las deudas pagadas y su espíritu emprendedor aún vivo, pidió dinero prestado a algunos amigos y abrió un restaurante de mariscos junto a sus tres hijos, llamado Fisher’s. Al principio, la idea era que el lugar funcionara con precios muy económicos y comida rápida, pero la cosa no funcionó. Acostumbrado a los traspiés, Simón le dio un giro radical al asunto, y decidió transformar Fisher’s en un lugar de sólo 4 mesas, en donde principalmente, se atendía bien a la gente, con un trato personalizado.
El modelo entonces comenzó a funcionar, y en siete meses ya estaba dejando las primeras utilidades. El crecimiento fue estruendoso. En dos años ya tenía 16 mesas y un tiempo después, el doble. Tres años más tarde de la apertura original, Simón ya había inaugurado una segunda sucursal de Fisher’s.
La cadena se fue posicionando como un restaurant de mariscos de calidad y el dueño pudo devolverle a sus amigos el dinero que le habían prestado, antes de expandirse hacia otras ciudades.
Hoy, Grupo Fisher’s cuenta con unos mil empleados en 13 restaurantes, atiende a 1.3 millones de clientes al año y tiene un valor bruto en el mercado de 30 millones de dólares. Nada mal para un negocio que se inició de la nada con dinero prestado por amigos, luego de haber quedado en la ruina total.
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